Con el año 2012 ya lejano en el tiempo, aún suenan las trompetas que pronostican el Fin del Mundo, ahora provocado por una guerra con Rusia —siempre es Rusia—, el impacto sobre nuestro planeta de un asteroide, o una pandemia peor que la de COVID-19.
Según lumbreras que escribieron libros que ya no sirven ni para los estantes de liquidación, los Mayas predijeron un supuesto fin del mundo en el año 2012. El resultado nulo de su profecía revela por qué los profetas de esa extinta civilización no pronosticaron eso mismo, su extinción. Pero apartándonos un poco de la ironía, este mito fue creado por el escritor Frank Waters en la década de los setenta, donde mezclaba diferentes creencias haciendo una ensalada de frutas profética. Al parecer los Mayas solamente escribieron sobre el final de un ciclo y eso puede ser cualquier cosa.
Si nos remontamos al pasado, la humanidad parece ser bastante propensa a imaginar finales del mundo. Esa siempre fue una tendencia que nos habla del morbo por lo autodestructivo, de la necesidad de imaginar cambios radicales, o del término absoluto de todo lo que odiamos, surgido obviamente de la inconformidad.
Los “fines del mundo” son de diferentes formas y surgen por necesidades heterogéneas.
Por ejemplo, está el “fin del mundo clásico” provocado por algún trastornado que no tiene más motivaciones que expresar un sentimiento pesimista y que inconforme con la realidad en la que vive, busca provocar un efecto “bola de nieve”, sea consciente o inconscientemente. Para eso —y esto es algo imprescindible— se rodea de un montón de incautos que creen a pies juntillas sus delirios paranoides. Porque, ¿qué sería Nostradamus sin el ejército de crédulos que siguen promocionando sus “Centurias”?
Otra forma más peligrosa de fin del mundo es la presagiada por organizaciones políticas, empresariales o como sucedía con las antiguas culturas, por las castas sacerdotales.
Por medio del terror se lograba el poder ¿y qué mejor forma de provocarlo que anunciarle a los ilusos y supersticiosos un fin del mundo irreversible, desencadenado por elementos sobrenaturales como dioses, demonios o la llegada de un anticristo con el rostro lleno de bótox y campera con lentejuelas? En este caso las iglesias o templos de diferentes religiones serían los refugios espirituales contra estos cataclismos, aunque no contra el bótox y la campera con lentejuelas.
Para que este artículo parezca más verosímil, vayamos a la raíz de ese mal llamado “profecía”.
El ser humano se caracteriza por una búsqueda constante de poder tanto en un ámbito reducido —su entorno familiar—, como a nivel global. Todo depende del grado de ambición y la capacidad del individuo para transmitir sus deseos y hacer creer a otros que son de ellos. Y es claro que no es lo mismo el cuñado, o la tía vieja, que quiere convencer a sus familiares en los cumpleaños de que voten a su candidato de ultraderecha, porque de otra manera los comunistas vendrán con sus submarinos a bombardearlos, que un político que vaticina un cataclismo nuclear si ganan los comunistas.
El misterio de por qué los comunistas querrían volar en pedazos un país donde ganan sus partidarios sigue siendo, al menos para mí, irresoluble.
Para ejercer el poder se necesita una gran cantidad de personas detrás —o adelante para detener las balas—. Sin seguidores ese concepto no es posible, y los gobernantes de turno solamente ceden cuando las posibilidades de desequilibrio de fuerzas se dan en su contra.
La iglesia siempre fue un gran modificador político usando su influencia para orientar a sus feligreses a favor o en contra de los reyes, e incluso de gobiernos democráticos.
Una fuerza social cuyos valores y creencias se basan en principios científicamente incomprobables, utiliza la irracionalidad para atemorizar a las multitudes y amontonarlas en sus recintos —templos— para con esto ganar favores políticos y obviamente facturar, es eficaz para reclutar ingenuos.
Y los fines del mundo son un gran argumento, como por ejemplo explotan los Testigos de Jehová, que aseguran que solamente se salvarán 144.000 seres humanos… todos miembros de su iglesia, claro. Pero no los niños que irán quizás a un orfanato situado en el limbo y dirigido por sacerdotes muertos.
Después de interiorizar más o menos algunos de los motivos por los que se anuncian los famosos e interminables fines del mundo, vayamos a hechos puntuales de la historia sobre este fenómeno tan humano como absurdo. Y cuando digo absurdo es porque jamás se cumplió. De lo contrario no estarían leyendo este artículo, ¿no les parece?
En 1974 los astrofísicos John Gribbin y Stephen Plagemann auguraron que, en 1982, debido al alineamiento de los nueve planetas —son 8—, el fin del mundo era prácticamente un hecho, o al menos iban a ocurrir catástrofes que provocarían cambios radicales en la civilización humana. Vendieron una barbaridad de libros pero yo no recuerdo que sucediera nada singular en 1982, amén de que la selección uruguaya no participó en el mundial de España o un señor gordo de nombre Otto se atragantó con una salchicha con mucha mostaza en la Oktoberfest de Bonn y al morir, descubrieron que era Heinrich Von Totto, uno de los nazis más buscados por regentar una pizzería dentro de Treblinka donde cometía actos tan aberrantes como ponerle piña a la pizza —y según el historiador culinario Jamie Olivo, Heinrich Von Totto fue el verdadero creador de la pizza con piña y por eso merecía la peor de las muertes—.
Otro de los grandes profetas de la destrucción ha sido Inmanuel Velikovsky. Él afirmaba que en el pasado un cometa causó casi todos los fenómenos singulares que se comentan en la Biblia —terremotos, la separación del Mar Rojo, oscuridad, plagas de piojos, moscas, langostas, garrapatas, Pepes Grillos, la muerte de los primogénitos egipcios y el fallecimiento de Han Solo en The Force Awakens—.
Velikovsky, hijo de rusos ricos, anduvo recorriendo parte de Europa y Palestina buscando respuestas a preguntas… que nadie se hacía. Entre otras cosas, Velikovsky estudió psicología en Viena con un profesor que un día chocó su carrito con el de Freud en un supermercado mientras compraba pepinos, y más tarde caminó por la misma vereda que Einsten con una diferencia de cinco minutos, hecho que fundamentó sus teorías sobre la física y su relación intrínseca con la confección de pantalones a rayas. Este autor multidisciplinario aseguró hechos astronómicos con sus magros conocimientos históricos, donde mezclaba escritos de culturas de diferentes períodos con una época donde la ausencia de cataclismos o fenómenos astronómicos no condecían con su teoría de que un cuerpo celeste llegó a la Tierra y les hizo la vida bastante molesta a los pobres egipcios. Con esto podemos darnos cuenta de que las bases teóricas y curriculares de muchos de estos profetas del fin del mundo son inconsistentes, por no decir nulas.
Volviendo a los famosos Mayas, según entendidos y expertos en crucigramas, estos predijeron que en 2012 se terminaría… su calendario. La realidad es que el calendario Maya es cíclico porque se repite cada cincuenta y dos de sus años. Supuestamente su Era comenzó el 13 de agosto de 3114 AC, y se terminó el 21 de diciembre de 2012. Debido a eso nuestro tiempo para un montón de zafios debería terminarse, aunque en todas las profecías Mayas jamás se dieron cuenta que vendrían los conquistadores europeos, asesinarían a sus descendientes, quemarían sus códices y se robarían su oro. Y si seguimos a los alarmistas del fin del mundo sobre el año 2012 para los Mayas, antes del 3114 AC, no existía nada, no había mundo, ni siquiera humanidad, cuando todos sabemos que el hombre como lo conocemos tiene alrededor de doscientos mil años y la humanidad —si tomamos en cuenta a los australopitecos— algún milloncito de años más. Lo que puede suceder, si seguimos tomando en cuenta el calendario Maya, es que lo que se terminen sean los propios vestigios de su civilización y en el 2012 se derrumben sus pirámides e Indiana Jones escape con la calavera de un ser interdimensional entre saltos y acrobacias en CGI porque hasta su doble ya está artrítico.
Y si hilamos fino, los Mayas que escribieron las profecías sólo tenían papel para hacer un almanaque hasta el 2012 porque escaseaba. Después dejaron todo en un cajón y se olvidaron. Es que había un montón de sacrificios para hacer a unos dioses que no se preocupaban demasiado por ellos. A eso hay que sumarle que los Reyes Serpiente debían utilizar mucho papel para limpiarse las pompis por un imprevisto cataclismo: los bidets que les heredaron los atlantes tenían más de cinco mil años y como era obvio, dejaron de funcionar. Y por más que los sacerdotes intentaron ponerse en contacto con la empresa que se los instaló y cubría su garantía, la señal no llegaba hasta las profundidades del Atlántico.
Los profetas no son sólo productos contemporáneos de los sistemas de mercadeo editorial para consumidores que hacen cosas alternativas llamadas New Age, o parásitos que utilizaban visiones o profecías para medrar dentro de tribus de salvajes que podían construir una pirámide casi perfecta, pero a los cinco minutos sacrificaban una virgen a los dioses para que lloviera.
Los profetas son un mal inherente de la civilización humana, de la misma categoría que los terraplanistas y los antivacunas, y por desgracia la han acompañado como los perros domésticos, los piojos y la sífilis.
Y tenemos registros de muchos de ellos en la historia escrita.
Sobre el siglo quince nació la famosa Madre Shipton. Su nombre real era Ursula Sontheil y su vida se tiñó de profecías que, en algunos casos, hasta definirían el destino de personalidades como Ana Bolena.
Sus disparates y embustes provocaron que funcionarios del gobierno, y aún el rey Enrique VIII, —sí, el de las seis esposas y que le diera letra para uno de sus discos a Rick Wakeman— tomaron decisiones de sangre para prevenir estas profecías, lo cual es particular de las sociedades supersticiosas con reyes preocupados de que sus excesos inspiraran a un desaliñado y maloliente profeta, para declamar o escribir que el reinado decadente debía concluir porque MEV —Monstruo de Espagueti Volador— así lo había decretado.
Simplificando, por culpa de las murmuraciones de esta embustera y de tantos otros memos, un montón de inocentes perdieron la cabeza, y por las barbaridades de tantos otros profetas y videntes, regímenes enteros dieron tumbos de un lado para otro haciendo que muchas veces la civilización humana se estancara un par de siglos.
Por ejemplo, observen esta profecía de la Madre Shipton:
“El castigo será justo y las señales estarán a la vista de todos, cuando la humanidad cometa sus más atroces actos, cuando el hombre piense solo en la avaricia y camine como sonámbulo, sin mirar”.
Algunos intérpretes con un Grado 5 en Traducción de Profecías aseguran que esto habla de nuestro tiempo y de un supuesto fin del mundo, pero si usamos un 0.5 por ciento de nuestras neuronas, ¿esto no se refiere a la humanidad desde sus orígenes?
La humanidad ya ha cometido sus más atroces actos, no sólo Hitler ordenó asesinar a millones de personas, sino que también lo hicieron los turcos, Atila, Nerón, los emperadores chinos, los mongoles, y tantos otros, como por ejemplo y más cercano en el tiempo, los israelíes con los palestinos.
El ser humano siempre fue avaro, siempre, e incluso antes más que ahora, donde al menos los ricos tienen algunos —cada vez menos— frenos legales para cumplir todos sus sueños que obviamente, se interponen con los del resto de nosotros.
Y en lo que se refiere a los sonámbulos a los que menciona la Shipton, nuestra vida pasa por el caminar como zombis cuando nos dirigimos a un trabajo que no queremos, o regresamos a una casa que no nos satisface, o andamos por calles atestadas de personas ensimismadas en sus problemas. Eso es algo que sucede desde que nos juntamos en tribus para alabar al monolito negro, aporrear al mono que nos robaba el pozo de agua y tirar el hueso hacia el cielo donde se transformaría en una estación espacial.
En fin, creo que está muy claro que la eficacia de una profecía radica en una mezcla de ambigüedad, con la habilidad de elaborar una frase que se pueda aplicar a veinte o treinta acontecimientos diferentes.
Otro de los grandes fraudes fue Nostradamus (1503-1566) al que nos referiremos más adelante de forma un poquito más exhaustiva, tampoco demasiado porque me aburre como un condenado hablar de este señor. Sus textos eran demasiado engorrosos para interpretarse como predicciones. De los 449 que estudió Sprague de Camp —escritor y ensayista norteamericano—, 18 han resultado definitivamente falsos; 41 se han cumplido —aunque la mayoría estaban relatados de tal modo que tenían bastantes probabilidades de cumplirse— y 390 no pudieron identificarse con nada que haya sucedido. Quizás se verifiquen algún día, pero en los primeros trescientos años posteriores a sus Centurias, el prestigio de Nostradamus como profeta es considerablemente inferior al que hubiera obtenido arrojando una moneda, aunque muchos seguidores de las disciplinas místicas digan lo contrario.
Por ejemplo, y tomando en cuenta la poca verosimilitud del trabajo de los seguidores fanáticos de Nostradamus, ellos afirman que el predijo la Revolución Francesa, aunque misteriosamente utilizaron la misma profecía para augurar la Segunda Guerra Mundial y la creación del té de maracuyá que hoy toman oficinistas que usan camisas color salmón y zapatos de punta… sin medias.
Siempre es posible encontrar interpretaciones para cualquier cosa turbia que se escriba. Por ejemplo, yo puedo escribir una profecía en este momento y sin esforzarme demasiado:
«Se enfrentarán los dos grandes en la alborada del nuevo milenio. Uno sucumbirá, mientras el otro alzará airoso, el trofeo del destino…».
¿Qué podría significar esto?, aparte de estar escrito como por un tonto pretencioso porque las profecías parecen eso, cosas escritas por tontos pretenciosos: Cualquier evento, desde una final deportiva, una guerra entre dos naciones, un debate político o religioso o un largo etcétera.
¡Y LA INVASIÓN RUSA! ¡SOY UN PROFETA! ¡ESTE ARTÍCULO LO ESCRIBÍ HACE COMO DIEZ AÑOS!
Eh, bueno, ni tanto, también Estados Unidos invadió Libia, Afganistán, Iraq, trató con Siria, pero fracasó, atacó Yemen… y un largo etcétera.
Creo que aquí queda más que confirmado que una ambigüedad puede transformarse en una profecía cien por ciento comprobable. Incluso más que las de Nostradamus.
En esto se basa el principio de las profecías. Cualquier charlatán con una mínima percepción de la sicología humana, principalmente de que los humanos pueden llegar a ser bichos muy cobardes y mezquinos, es capaz de escribir un libro de profecías en el que se corrobore la cantidad suficiente de resultados como para lograr una aceptable verosimilitud. Esta es la realidad de los que adivinan un futuro que por ser inexistente aún, es modificable.
Por ejemplo, todo en las profecías es de múltiple interpretación.
En el Apocalipsis hay muchos que han identificado al anticristo con Napoleón, Hitler, Stalin o Paulo Coelho—aunque misteriosamente nunca con un estadounidense o un israelí y todos sabemos que hubo genocidas y de la peor calaña en esos lugares y Paulo Coelho, bueno, Coelho podría ser—…
Si alguno de ellos fue el anticristo no tuvo mucha suerte y fue derrotado sin trompetas, caballitos blancos con Cristo encima o cosas mágicas, lo que lleva que una buena bomba en un bunker termina con el anticristo y no siete dagas mágicas o sandeces de esa calaña.
Los siete sellos que son liberados en el Apocalipsis muestran algo muy curioso y hasta escalofriante: El primer sello es liberado por un jinete en un caballo blanco, el segundo, por un jinete en un caballo rojo, el tercero, por un jinete en un caballo negro, el cuarto sello, por un jinete de un caballo verde o amarillo. Esto lleva a una sola conclusión, el único lugar donde hay caballos blancos, negros, rojos, verdes y amarillos, es en un carrusel.
Volvamos al Apocalipsis, faltan tres sellos, el quinto, los mártires, que podrían ser los palestinos que los israelíes mataron de a miles en los últimos diez años, el sexto, las catástrofes naturales: tsunami, el terremoto de Haití, Romeo Santos y sus gemidos agónicos que algunos dicen que son canciones, y el séptimo sello, un silencio y el comienzo de las trompetas. Eso es más bien críptico, “un silencio“, ¿qué tipo de silencio?, ¿un silencio silencioso?, ¿un silencio con un poco de murmullo?, ¿qué demonios son las trompetas?, ¿un grupo de cumbia? ¿la banda de sonido de una película de Robert Rodríguez de la época en la que vendía su sangre para financiarlas? ¿O las malditas vuvuzelas del mundial de fútbol de Sudáfrica? Aunque, tratando de no atosigar mi mente con el silencio y las vuvuzelas como contrapartida, yo sigo pensando y preocupándome por los Jinetes del Apocalipsis en la calesita porque me asustan los caballos rojos, amarillos o verdes y mucho más ver a unos esqueletos con mantos raídos cabalgándolos. ¿No les dije que la conclusión además de curiosa era escalofriante? ¿Vieron que se podría decir que acabo de profetizar anteriormente lo que sucedería unos renglones más abajo?
Como si fueran pocas las cantidades de cochambres que van a liberar estos jinetes, a ello le siguen catástrofes en cielo, tierra o agua, una mujer, un dragón, dos bestias, un cordero, un caniche, tres ángeles y un montón de tipos raros maquillados y vestidos con polleras. Después aparece un ángel anunciando la caída de Babilonia, pero Babilonia 5 no está en los streamings que yo pago así que el ángel se va pateando piedritas porque su aparición fue fútil y esperó todos estos siglos en vano.
Y el Apocalipsis sigue cada vez más delirante, con caballos blancos, un tipo que se llama Gog y gobierna un país inexistente llamado Magog —y que nunca existirá porque nadie le pondría un nombre tan estúpido a un país—, una bestia que es derrotada, un enano bailarín y un reino de mil años.
Mil años… sólo conozco a una persona que puede vivir mil años y ésta es la reina Isabel II. Claro que Hitler quiso crear un reino de mil años, pero no le fue muy bien. La consecuencia de ese gran sueño fue cianuro y un posterior disparo en la sien, porque parece que Hitler era tan venenoso que el propio cianuro murió en su boca.
Todo esto es parte de los miles de profecías y vaticinios que los “elegidos“, sacerdotes y demás, han hecho sobre un futuro más bien errático, donde sólo sabemos que, si los malditos empresarios ricos siguen contaminando todo para ahorrarse unos pesos para ir al Caribe a pasear con sus secretarias de veinte años, en unos años deberán introducirse los billetes de a rollitos, porque no va a existir un lugar seguro para veranear.
Quizás los balnearios del futuro estén en la Antártida y estos energúmenos ya estén planificando construir sus mansiones en esos lugares hoy remotos con los pingüinos como vecinos.
Los profetas son estafadores que se aprovechan de la credulidad de la gente para enriquecerse, y en muchos casos para conducir grupos de personas de mentalidad débil, haciéndolos víctimas de su megalomanía.
Tanto los davidianos, como otros grupetes religiosos que respondían a profecías bíblicas, no anticiparon acontecimientos más que obvios: acumular armas y abusar de sus propios niños provocarían el advenimiento de… la policía.
Cada vez que leo profecía, recuerdo las películas de Hollywood de cine catástrofe donde siempre hay un barbudo con un cartel que dice: The End is Near.
El final está cerca solamente si dejamos que los que dirigen el mundo sigan haciendo barbaridades, porque es ridículo pensar que todo esté escrito desde antemano. La propia Biblia, al darle Dios el libre albedrío al ser humano no puede contradecirse tan garrafalmente, dándole un fin arbitrario a su existencia.
Libre albedrío es eso, libertad de elección y todas las profecías cristianas nos hablan de un fin del mundo que implicaría que “Dios” tiene planificado romper su palabra, con lo cual no sería un dios, sino un político.
Lo mismo sucede con el resto de las religiones o con los profetas no religiosos que utilizan una seudociencia para anunciar sus profecías… y vender sus libros aburridos y llenos de tonterías, libros que pierden verosimilitud cuando en el año del cataclismo que ponen en grandes números sobre la portada no sucede absolutamente nada.
Y a pesar de ellos y sus vaticinios, los humanos seguimos en el mundo luchando y tratando de sobrevivir a cosas mucho más mundanas que dios, anticristos, el alineamiento de los nueve —ocho— planetas, guerras nucleares, zombis, asteroides que pasan a millones de quilómetros de la Tierra y la luna que impacta sobre nosotros una y otra vez.
Ya con las pandemias, el reggaetón, el imperialismo estadounidense, Hollywood, Israel, la OTAN, el Estado Islámico, los engendros de Ayn Rand, los cretinos que están deseosos de amontonarse y toser unos sobre otros y el lenguaje inclusivo, nos alcanza para vivir un miedo cotidiano.
Es por eso por lo que, en nuestra civilización de temores incesantes, los profetas son redundantes.
© RB.